Comunidad Motoblog: No lo sueñes. Vivilo (por Mario Malaspina)

Ya no me acuerdo ni cómo fue, pero de repente estábamos ahí mano a mano, sentados en una mesa charlando largo y tendido. Con unos tubos de por medio como que las conversaciones surgen con más. Lo cierto es que con el bueno de Mario terminaron echándonos de la mesa, porque ya era tarde y el restaurante del Hotel Casino Catamarca iba a cerrar.

Al otro día arrancábamos temprano, pero con Max todavía nos quedaba pendiente filmar algunas tomas, y mientras nosotros le hablábamos a la cámara, Malaspina estaba sentadito manso en un sillón al costado, mirando con atención lo que estos dos pibes hacían.

Durante el viaje lo cruzamos varias veces a quién hoy les escribe, llevando su KTM 990 Adventure azul por los distintos terrenos y paisajes con los que Catamarca nos conquistó a todos y también nos puso a prueba. Y con el correr de los kilómetros entendimos que para él había sido mucho más que una aventura en moto. Había sido todo un desafío, y uno importante.

La anteúltima noche, ya sin tubos de por medio, se me acercó y me dijo: a mi me gusta escribir ¿te gustaría que haga una reseña para Motoblog?. Por supuesto que accedí, ya que la comunidad es una de las cosas más importantes que este humilde espacio tiene

En nuestra misión de acercar el mundo de las motos a la gente, el testimonio de alguien con poca, o ninguna, experiencia que se animó a más y se puso a prueba a los 59 años -o casi-, es muy importante. Puede ser el que lleve a muchos otros a hacer lo mismo. A querer mejorar. A querer aprender. A descubrir un montón de aventuras y emociones que este mundo increíble tiene guardadas para ellos.

No necesariamente tiene que ser en este viaje. No necesariamente tiene que ser con esta moto. Pero sepan que un montón de cosas buenas esperan por ustedes del otro lado del camino. Es cuestión de animarse. Con la oportunidad que se te presente, con la moto que tengas.

Nosotros fuimos a Catamarca a cubrir el evento y ya se lo vamos a mostrar dentro de poco desde otra óptica. Mario Malaspina fue a vivir la experiencia. Su primera. Y a continuación se las cuenta en primera persona.

M.A.

***

Intempestivamente, como todas las cosas que nos cambian la cabeza, llegó un mail a mi casilla personal. Era un sábado lluvioso y aburrido de julio. El remitente era Moto Adventure Rally Raid, y ya la palabra moto me llamó la atención. La idea era un rally amateur, con destino Catamarca. La propuesta comprendía cinco días palo y palo sobre la moto por lugares desconocidamente increíbles en noviembre de 2020.

El primer condicionante fue el precio. No era barato, aunque tampoco prohibitivo. Lo comenté con Velu, mi mujer, para ver si no le parecía muy caro y su respuesta fue lapidaria: la tenés, ¿no? ¿sino es para eso para que la querés? ¿o te la pongo en el cajoncito cuando te vayas? Ahora, si no te interesa no lo hagas.

Obviamente el si no te interesa fue el disparador indiscutido, y al otro día estaba haciendo la transferencia. Gracias Velu. Hoy miro hacia atrás y quedó más que claro que, lejos de ser caro, valió cada centavo invertido.

Obviamente el Covid, que ha metido la cola en todos lados, no fue la excepción acá, y comenzó la etapa de las postergaciones interminables. Que noviembre no, pero diciembre si. Que diciembre tampoco y seguramente marzo. Hasta que finalmente se pudo confirmar para la última semana de febrero, porque en ese entonces pintaba que en marzo íbamos a retroceder algunos casilleros nuevamente.

Vacaciones familiares en la primera quincena. Vuelta al trabajo tres días. Lunes y martes feriado de carnaval y ya era tiempo de acomodar todo para el sábado. Aéreo, hotel, etc.

El caballo a domar era una KTM 990 Adventure briosa y con muchas ansias por quemar todos los kilómetros que el 2020 no le permitió hacer. El jinete era yo, con mis casi 59 años y poca experiencia en terrenos difíciles con ese corcel de 220 kilos, pero con ganas de aceptar el desafío y por alejarme del encierro que me rodeaba.

Sabado 3 am, Ezeiza. Colas infinitas. Aerolíneas sin sistema y a cruzar los dedos y rezarle al santo patrono de la informática por que todo saliera bien. El avión era un Embraer que parecía bastante robusto, y los compañeros de viaje esperando en la terminal. Algunos que otros con cascos en la mano se adivinaban con el mismo destino, pero todos desconocidos, así que cada uno en la suya.

Como todo lo que tiene que ocurrir sucede, el avión despegó y llegó a Catamarca donde una kombi nos esperaba para unir rostros con una misma intención. La primera parada fue el Hotel Casino Catamarca, donde en el subsuelo nos esperaban las motos y en la superficie Andrés Memi, Pablo Cánepa y todo su equipo ya dispuestos para encarar el viaje.

Es necesario detenerse en el detalle del subsuelo, porque todo amante de esta subcultura que se encuentra con aproximadamente cincuenta monstruos sagrados, si no se asombra un poco no tiene sangre en las venas y puede dejar de leer esta reseña sin culpa.

KTM 690, 790, 990, BMW 800 y 1200, Husky 350 y 701, Triumph Tiger, Yamaha Super Tenere, Honda CRF y una Tornado. Sí, un Tornadito, bastante bien preparado, demostrando que todos podemos estar en una convocatoria de este tipo.

Se cargaron los GPS con las rutas, se tomó cerveza artesanal de la zona, se cenó opíparamente y se realizó el briefing de bienvenida distribuyendo grupos y tracks. Equipo Yolanka, último grupo y yo último en la lista. Condición que tuve el orgullo de conservar durante todo el recorrido.

Primer Día: Cuesta La Chilca en bajada

El destino era Andalgalá y Belén, siete horas. Nos hablaron de muchas curvas, pero nunca nos aclararon que no habría ninguna recta hasta llegar. Ni que previamente pasaríamos por la selva catamarqueña. Sí, Catamarca tiene selva que son estribaciones de la Yunga tucumana. Eran caprichos y sorpresas del equipo de Andrés que no dejó nunca de sorprendernos con paisajes inconmensurables -siempre quise usar esa palabra y nunca encontraba dónde-. Yo sentado cómodo en la moto, como buen amateur, tratando de domar a la bestia.

En el medio del trayecto, y antes de llegar a la cuesta, nos esperaba el almuerzo. Agotados a orillas de un río de montaña y con el cansancio a flor de piel nos asombramos con un gazebo rebosante de bebidas frías en hielo -nunca alcohol de día, obvio- y baguettes caseras con bondiola al disco.

En algún momento de la noche anterior escuché, entre vinos y cervezas durante el brieffing, Cuesta La Chilca y algo acerca de una bajada. Pero lo de 800 mts de altura en los que uno solo avanza 2 kilómetros jamás lo escuché. Como pude le rogué al 990 que se transformara en cabra y muy a pesar mío supo hacerlo. Los kilómetros de curvas transcurrieron entre guardarraíles inexistentes y espiando poco la caída. Primera, segunda, primera, segunda, el electro prendía y no se apagaba nunca. Seguía insistiendo con estar sentado, tratando de dominar la moto con las piernas, bien al estilo de manejo en General Paz. Un ingenuo.

También nos habían contado que casi llegando a Andalgalá aparecería el cauce de un río seco de 20 kilómetros que, eventualmente, podría elegirse como senda o seguir por la ruta, si es que la senda polvorienta de ripio por la que íbamos podía definirse como tal.

En algún momento envalentonado creí que podría tomar el río, pero cuando llegué, último, como empezaba a perfilarme todo el viaje, los marshalls con muy buen tino dijeron : cauce cerrado, los primeros rompieron la senda, sigan por la ruta. Agradecí la decisión que tomaron por mí y mi seguridad.

Primero apareció Andalgalá, que fue un reparo de agua fresca y de combustible. La moto rugía ruidos de relax del motor apagado y del electro descansando. Cruzar el pueblo casi desierto, curiosamente plagado de semáforos hasta la ruta y ochenta kilómetros de asfalto. Sí, el muy querido y extrañado asfalto hasta Belén.

El Hotel Belén fue un oasis después de tanta selva y aún más desierto. La enorme pileta nos recibió para el debido baño reparador. Casi cuatrocientos kilómetros, siete horas sobre la moto, dormir no era una decisión sino una consecuencia obligada al agotamiento.

Segundo día: Piedras y Guadales.

Mi compañero de habitación tuvo que insistir bastante para que volviera a estar consciente. Salíamos a las nueve y mi despertador estaba como cenicero ‘e moto.

Nos dirigíamos a un destino bastante incierto. Solo sabía que nos esperaba un campamento en el futuro pero ¿podía ser el recorrido más complejo que el día anterior? Si, definitivamente podía porque el camino que nos esperaba apenas podía llamarse senda. Piedras y guadales, guadales y más piedras. Todos manejando parados a mi alrededor y yo encaprichado en domar al monstruo cómodamente sentado en mi asiento. Algo no estaba funcionando.

Había que cruzar ríos secos, muchas piedras, más arena y obviamente empezaron las caídas, más por agotamiento que por impericia -que tampoco era mucha aún-. Infinita paciencia del grupo para ayudarme a levantar los 220 kilos del piso. Mas que ayudarme, yo viendo como la levantaban. Almuerzo reparador camino a ninguna parte y a seguir.

Más piedras, más guadales. Más tarde me enteré que detrás de mi veían con preocupación mi agotamiento. En la moto uno siempre se siente solo pero siempre supimos que había alguien cuidándonos detrás y eso genera tranquilidad, seguridad e invita a seguir con la confianza de que siempre se puede decir basta.

Pero basta fue una palabra que me negué a decir en esa nueva etapa y con lo justo llegué al campamento. Un refugio remoto de un puestero, entre un desierto de cardones, calor seco y desolador. Parecía un sueño la humedad de la selva del día anterior, acá todo era arena y estepa, la tierra apenas tierra entre pedregales infértiles, matorrales achaparrados de flores que parecían un sinsentido del yermo paisaje.

A lo lejos, en el desierto, pequeños tornados aparecían y desaparecían compitiendo a cuál más grande y más efímero. La noche no se hizo esperar, aluvión de estrellas entre nubes con relámpagos que iluminaban la nada.

Los nombres ya no eran tan desconocidos. Claudio y Marcelo, de mi edad, dándole ánimos a mi desazón de que después de andar en moto desde los 13 años me sentía un perfecto e inútil novato. El Cuti -uno de los seis marshalls que nos custodiaban- con su paciencia infinita atrás mío atento a cada vez que me caía o a ayudarme a pasar la moto por lugares por los que sabía no me daba el cuero. El Gato, que no se cansó un segundo de indicarme los errores que cometía -aunque pensándolo bien hubiera sido mas lógico que me dijera lo que hacía bien y se hubiera ahorrado bastantes palabras- y que es el que a cada instante insistía con que me parara en la moto, que iba a ir mejor.

Así, de a poco, las caras se fueron asociando a los nombres y el grupo se fue consolidando. Muchos ya se conocían. Obviamente no me detendré en el decálogo de los 50 pilotos -entre participantes, guías, marshalls y prensa- porque esto pasaría de reseña a listado, que además no podría dejar de incluir al personal de soporte, a los emergencistas, a los mecánicos, pero si es claro que cada uno dejó algo en el otro.

Es de imaginar que el agotamiento y el desgaste físico se ven reflejados en dos parámetros indiscutidos: hambre y sueño. El sueño no ofrecía mayores problemas para satisfacerlo, bastaba con acostarse en una cama, una bolsa de dormir o aún en el piso y ya estaba. Pero el hambre era una situación distinta, y la solución para esto merece un capítulo especial -tal vez hasta otra reseña-. El trabajo, la excelente predisposición y la aún mayor calidad de los platos de Kircho y su equipo de gente, haciendo que en un lugar donde uno no esperaría más que un sándwich de jamón y queso con algo de mayonesa, pudiéramos disfrutar de un risotto con salsa de remolacha o unas pastas con vegetales. Fue casi un milagro.

Así entonces pasaba el segundo día, durmiendo en un campamento agotados y satisfechos. Éramos casi 70 almas recorriendo esos parajes hermosamente inhóspitos. Solos ante la inmensidad, donde podríamos haber desaparecido sin dejar rastro en cualquier momento. Sí solos, pero también juntos.

Tercer Día: otro mundo

Sin ninguna discusión la noche previa se habían dividido dos grupos, los que irían por 30 kilómetros de desierto y yo. Bueno, tampoco es que iba a estar solo.

La idea era no someter a las motos mas pesadas  -1200 y otras yerbas- o a los que teníamos menos experiencia a un desafío que podría arruinarnos el viaje y, por tanto, nuestro grupo se dirigiría por mas guadales y piedras -tampoco es que iba a ser fácil- hacia la ruta 40, mientras los demás atravesarían el desierto para encontrarnos más adelante.

Digamos que a esa altura ya había entendido mis limitaciones, mi moto era un caballo pesado, mi experiencia en esos terrenos era casi nula y mi estado físico deplorable. El combo perfecto para ser siempre último y para que me cuidaran diciéndome del desierto olvidate.

El nuevo desafío era que en pandemia nos dejaran cruzar los límites de Antofagasta para llega a las cercanías de la Laguna Blanca, y existía la chance de que el puesto de vigilancia en el camino no lo permitiera. El recorrido no daba respiro al asombro. De la tierra surgían formaciones al costado del camino que parecían haber sido puestas ahí. El paisaje que dibujó nuestro almuerzo invitaba a ver aparecer en cualquier momento a las huestes de Al Qaeda de puras cuchillas y montañas desérticas que nos rodeaban.

Había que seguir. Y seguir era hacia adelante y hacia arriba, con lo cual el frío no se hizo esperar. Muchas veces escuché hablar de paisajes de otro planeta y la frase de puro hecha deja de tener sentido hasta que uno la transpira. La reserva de la biosfera cerca de laguna blanca a esta altura creo que no está en la tierra y que mi memoria me está engañando. Que no estuve ahí circulando por ese desierto de altura donde las montañas surgen de la nada, como clavadas en la tierra, y donde llamas y cóndores están cómodos. Donde aparecen campos de sal, arena intangible y uno y las nubes son lo mismo.

Era ahí cuando por distintas circunstancias estaba solo -realmente solo- los de adelante iban muy rápido y –después me enteré– los de atrás se habían detenido. El GPS marcaba una recta hasta que indicó low battery, así que me detuve a cambiar las pilas  -voy a tener que comprar uno recargable pero este chiquito de montaña siempre me gustó-.

Aproveché la pausa para esperar a los que, extrañamente, venían detrás mío. Nada. Nada ni nadie. La sensación era extraña y pocas veces me sentí tan solo y vulnerable, pero el botón rojo no falló y la moto volvió a arrancar. Escuchar al KTM encender en esa soledad y ese frío era señal de vida, de poder continuar hacia adelante. En medio de la recta el GPS marcaba un waypoint, la verdad no veía nada pero solo quedaba confiar en que Tom -el responsable- hubiera cargado bien las coordenadas y doblé.

A quinientos metros apareció el campamento. A mi cabeza vino el nombre de una novela que me gustó mucho y recomiendo :el fin de la soledad. Obviamente en segundos todo se transformó en saludos, risas y gritos, la moto quedó en un rincón de la estepa, el altímetro del GPS marcaba 3200 msnm.

Campamento en la nada, las pizzas caseras de Kircho, frío y alguna bebida espirituosa para combatirlo aunque nada aconsejable a esa altura. Cartas de truco, más charlas de motos, más consejos del Gato, hasta que la noche se cerró junto con el cierre de la carpa y en algún momento supongo me desmayé de puro cansado.

Cuarto Día: Desandar

Despertar de un sueño se puede dar de dos maneras: de golpe o en un devenir lento en el que uno sabe que está soñando pero como el sueño es agradable no se quiere salir. Así fue la vuelta desde la reserva de la biosfera, obviamente detrás nuestro quedaron muchas personas asegurando que el lugar estuviera tan inmaculado como cuando llegamos y hubieron de levantar hasta la última prueba de nuestra estancia allí.

Kilómetros para desandar el camino pero los tracks siempre tenían sorpresas. La vuelta evitaba obviamente el camino de regreso, desviándose a a nuevos senderos. Cruzamos varios pueblos, algunos mas importantes y otros no tanto, y algunos caseríos. En cada uno la imagen obligada era la gente con sus sonrisas y sus saludos, con su solidaridad evidente, con sus celulares filmando a estos locos que pasaban a destronar la siesta.

A mi lado el Gato gritando no mires el tablero, mirá adelante, a lo que respondí ¡vamos mal!. Estaba mirando el GPS que me indicaba que habíamos errado el camino. Adelante daban la vuelta, pero yo caí en la trampa y la moto no gira en una calle angosta, así que tuve que bajarme a hacer la maniobra manualmente -junto al Rasta que me ayudó adivinando mi cansancio-.

En la parada una señora se acerca con su hijo de seis años. ¿puedo tomar una foto?  Y subí al niño a la moto para que se la sacara. Me fui contento con el desvío, con las puteadas de tener que girar la moto y con mi cansancio porque todo tomaba sentido desde el momento que un chiquito de seis años tenía que tener su foto subido al KTM sonriendo con miedo y feliz.

Lo que nos esperaba más adelante volvió a sorprenderme. Acostumbrado a recorrer los caminos rurales de Buenos Aires, me encontré con los de Catamarca. De nuevo humedad y tierra fértil bajo las ruedas. Inconsciente de que se trataba de un humedal de altura, hasta que hubo que bajarlo hasta el río y a través de un bosque donde había que manejar esquivando árboles. De allí a Belén nuevamente, esa noche no había campamento sino pileta y cama de hotel. Y mi cintura lo agradecía.

Quinto y último día: Cuesta La Chilca en subida

Recorridos de ida y de vuelta, en ambas direcciones a veces resultaban bastante anónimos y no necesariamente los recordé. Salvo La Chilca, que hacía pocos días había hecho en bajada y ahora tocaba en la dirección opuesta.

Afortunadamente todos los consejos, todas las recomendaciones, toda la práctica adquirida durante el viaje sirvieron para encarar el desafío con seguridad y pericia. Bueno, dejemos la frase en encarar el desafío.

De no haber recibido toda esa instrucción me bajaba de la moto y que la Cuesta la suba quien supiera hacerlo. Pero el orgullo todo lo puede y tenía que mantener mi invicto de último cómodo. Sinceramente en más de un momento sentí que no había forma de poder doblar en subida tan cerrado –y obviamente me caía, o me pasaba de la curva o terminaba en una zanja- y atrás mío el Cuti con su paciencia infinita bancándome.

Supongo que en más de un momento pensó en bajarme de la moto, ponerme un reemplazo y mandarme en la chata, pero supo entender lo importante que era para mí llegar sobre mi monta. Sé que el Bachi, otro compañero en 990, tuvo que ver con esto y les estoy infinitamente agradecido por bancarme la parada.

Después de la subida a devorar kilómetros nuevamente. Los altos humedales de la selva, rutas que había olvidado, que de puro curvas mareaban, asfaltos largos, asfaltos cortos, Ambato y su represa, San Fernando acercándose hasta obligarnos a reconocer que estábamos en una ciudad y bajar el ritmo. Moto al expreso. Kombi al hotel.

Llegó la cena de cierre, y Marcelo, como representante de todos los que disfrutamos de esta aventura, del lado de los participantes, contando anécdotas infinitas hasta que rescató mi karma de cabecera: Escuché a Mario diciendo ÚLTIMO CÓMODO, y me quedé con esa frase -comentaba entre risas- y me preguntaba ¿ÚLTIMO CÓMODO entre quiénes? ¿entre participantes del Dakar, entre corredores del argentino de motocross y entre veteranos de estos viajes? Entre estos pares ÚLTIMO es un mérito.

Con último es un mérito quiero terminar mi reseña -sin perderme en la reflexión de si fui el último de los mejores o el mejor de los últimos-.

Así que aquí me encuentro, con la responsabilidad inmensa de tener que transmitir vivencias para las que la palabra increíbles es solo testimonial. Se viene a mi memoria una vieja película de culto: The Rocky Horror Picture Show que repite: Don’t dream it. Be it.

No lo sueñes, Vivilo.

Mario Malaspina

***

10 Respuestas

  1. HSP_77 dice:

    Que lindo relato, dan ganas de encarar una aventura de estas. Seguramente algún día lo hare, cuando sobren unos $$$, unos días y tenga la moto adecuada, a la pequeña custom no creo que le guste mucho la idea. Pienso que una Himalayan seria ideal para el raid.

  2. Christian dice:

    Excelente el tener una historia/relato como este, en primera persona!
    Claramente no es para cualquiera y si todo salió bien es por la camaradería del mundo motero.
    Asombrado por lo de la Tornadito!!! Hay mucho enduro con Tornado o chinas no tan conocidas, esta bueno saberlo para aquellos que no nos da la nafta pero una de primera linea.
    Excelente post!

    • Citronave Espacial dice:

      Te aseguro que si Mario hubiese ido en una Tornado se hubiese cansado la mitad.
      Las maxi trails son ideales para comerte kms de asfalto y cada tanto algun ripio, pero no mucho mas. Para andar en caminos como estos (y peores) estas motos solo andan bien en manos de gente muy experimentada y aun asi no se si son lo ideal.

      Para el resto de los mortales lo ideal es algo liviano, donde no vayas todo el tiempo tensionado a ver si se te cae, total la levantas sin mucho esfuerzo.

      Ejemplificando con Honda, CRF 250 Rally si tenes plata, Tornado si la billetera no es tan gruesa.

  3. nicosp dice:

    Me encanto Mario, lei todo con atención y se nota que lo disfrutaste. Como consejo, de neofito… pero alguna experiencia tengo, quizás con una moto mas chica la hubieras pasado mejor y mas comodo. En fin, saludos y a seguir disfrutando!

  4. GM1050 dice:

    !!!q buen relato!!! nos da ánimo a quienes nunca nos animamos a estas cosas pero que nos gusta andar en moto. También me sorprendí con la Tornado, pero es cierto que si el piloto es bueno cq moto puede servir

  5. colo_gen dice:

    Buena nota y contada desde adentro y con lujo de detalles, así te da ánimos de ir a esos eventos, que parecen tan selectos e inalcanzables, o que tenes que tener una preparación o experiencia.
    Alguien sabe el precio aprox??
    Sinceramente y por experiencia propia prefiero moto chica, tuve BMW 650 (800 cc) y era muy grande y pesada, luego la vendi por otras prioridades ($$$), y tuve tornado y actualmente xtz 250 tenere, y sin dudas a las 250 las disfrute y renegué menos que la BM, renegar en el sentido de practicidad, la moto siempre anduvo perfecta, son esas motos que son lindas para mirar jaja.

  6. AleCov dice:

    Tremenda reseña.

    Mis felicitaciones a Mario por tener el coraje de encarar esa aventura!!

Deja un comentario